Las calles nevadas/ Diego L. García [+]
ISBN 978-987-4044-40-2
La nieve supone partículas ásperas; es un material granular, con una estructura abierta y suave, excepto cuando es comprimida por la presión externa. Esos pequeños cristales de hielo adoptan formas geométricas y luego se agrupan en copos: con las palabras ocurre lo mismo; un ámbito en el cual la vida es un constante progreso en los márgenes. Los poemas de “Las calles nevadas” están sumidos en un paisaje donde, como en el relato de un famoso escritor inglés, no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso. Es el realismo sucio de la melancolía, los padres amantísimos, los esposos ejemplares y la lectura de traducciones en la ortodoxia de una lengua impuesta; los arcaicos ritos comunes basados en la tradición y la costumbre, a los que se accede a través del aprendizaje y en el peor de los casos de la literatura.
César Vallejo invitaba a "no entender sino a las bellezas estrictamente poéticas, sin lógica, ni coherencia, ni razón. Como cuando Picasso pinta a un hombre y, por razones de armonía de líneas o de colores, en vez de hacerle una nariz, hace en su lugar una caja o vaso o naranja"; Diego L. García, con esplendor y violencia, ajusta cuentas con estos años ("hay cosas que no podrían resistirse/ a ser dichas con la seducción de una parábola./ otras acechan como lobos en la nieve") en que la ciudadanía que sufraga se colgó precio y el campo progresista hace, hizo o haría sus progromos, o su aguda selección de amigos y socios, en el desbande de banderas, conchabos y subsidios oficiales (°los subtítulos están en idioma original°).
Una cuestión de diseño
ISBN-978-987-4044-21-1
Por Mario Arteca
Me parece inolvidable esa manera de describir la propia escritura que realizó alguna vez John Ashbery, al señalar que él no sabía ni conocía la dirección hacia la que se dirigen sus palabras. No es un elogio a la inteligibilidad, sino la promoción desde la cual la dificultad en la escritura (esos meandros en los que un poeta se mete sin tener en cuenta una salida segura) consigue poner en circuito una posibilidad de sentido. En Una cuestión de diseño, de Diego L. García, el funcionamiento de sus textos pone en validez una manera de dialogar con ese advenimiento del obstáculo. Se escribe mientras se esquivan los golpes. Este texto pasa de la poesía de referencia política (el “rosariazo”) a la referencialidad mimética de lo musical (los Stooges), y todo sucede como si la escritura no fuera adulterada, sin desniveles, porque hay una estructura que la precede y una conveniencia del habla que la sostiene. Esto no es sencillo de lograr, salvo que el escritor se comprometa con la escritura en el sentido de que esa práctica se aleja del oficio necesario para volverse una incrustación de procedimientos.
Nadie podrá pasar desapercibido ante un libro así, porque pone el riesgo de la escritura en su lugar justo, el de la proximidad de la frase ante la abundancia de la construcción sonora, como un castillo que parece caerse a medida que se levanta sin que sepamos cómo.